Cada noche, después de que todos durmieran, Daniel se arrastraba hasta el garaje y volvía a mirar el buzón, como si los resultados pudieran aparecer antes por arte de magia. Sostenía en su imaginación el sobre cerrado que acabaría recibiendo, pesado y afilado. Lo ansiaba y lo temía a la vez, aterrorizado por la verdad que podría romperlo.
Claire empezó a actuar de forma extraña justo cuando la mente de Daniel llegaba a su punto de ruptura. Susurraba al teléfono en el pasillo y se apresuraba a terminar las conversaciones cuando él aparecía. Escondió trozos de papel en el bolso y desechó preguntas con respuestas vagas. Para Daniel, cada sonrisa secreta se convertía en un arma.
