Verónica y James se quedaron en la puerta, observando en silencio cómo los agentes se llevaban a Esther. El peso de la traición les oprimía el corazón. Le habían dado amor, esperanza y un hogar, sólo para descubrir que todo se había construido sobre el engaño.
En los días siguientes, el miedo y el temor que habían perseguido a Veronica empezaron a desvanecerse. Puede que su sueño de criar a una hija se hubiera derrumbado, pero ya no se sentía incompleta. Con sus dos hijos, un marido cariñoso y la paz de un hogar seguro, se dio cuenta de que su vida era -y siempre había sido- plena.