La revelación fue como un puñetazo en el estómago. La cabeza de Verónica palpitaba mientras trataba de encontrarle sentido a todo aquello. Cada incidente extraño encajaba en su sitio: el maquillaje, el lenguaje avanzado, el comportamiento adulto. Esther había estado ocultando su verdadero yo todo el tiempo.
El aire entre ellos estaba cargado de incredulidad y miedo. Su sueño de adoptar una hija se había convertido en una pesadilla. Habían abierto su hogar -y sus corazones- a alguien que no era un niño, sino un adulto envuelto en la manipulación y el engaño.