Cada paso que daba era deliberado, lento, guiado por un rastro de olor que sólo ella podía percibir. La multitud murmuró, convertida en reverencia. El débil gemido grabado de Nyla resonó en la noche. Sáhara se quedó inmóvil, con los oídos aguzados, y luego respondió, débil y temblorosa. A Tom se le apretó el pecho. Ya casi estaba en casa.
Los cuidadores abrieron la puerta en silencio y, durante un frágil instante, floreció la esperanza. Sahara avanzó cojeando, con la cola temblorosa y los ojos fijos en el destino. Tom contuvo la respiración y la animó en voz baja. Incluso los oficiales parecían sorprendidos, con los dedos agitados pero quietos, esperando lo que podría ser un milagro.
