Pasaron los minutos, pero los ladridos no cesaban. Lukas miró el reloj. Había faltado a todas sus clases después del recreo. Necesitaba irse, pero no podía. Algo le decía que no se trataba de un suceso cualquiera: era algo importante, algo que exigía atención.
Cuando los ladridos continuaron, Lukas supo que no podría quedarse mucho más. El sonido era casi insoportable y tenía que volver al mundo real. Con el corazón encogido, se levantó lentamente, alejándose del claro tan silenciosamente como pudo. Pero su mente iba a toda velocidad. La imagen de los perros y el árbol no le abandonaba.