Lukas los siguió durante lo que pareció una hora, cuando los perros se detuvieron de repente en un claro. En medio del claro había un enorme roble de corteza nudosa y antigua. Los perros lo rodearon formando un círculo perfecto. El espectáculo era tan extraño y surrealista que Lukas apenas podía creer lo que veían sus ojos. No era una reunión aleatoria de perros.
Se agachó detrás de un espeso arbusto, con el corazón desbocado. Los perros habían dejado de moverse. Permanecieron en círculo, mirando fijamente al árbol. Entonces, sin previo aviso, empezaron a ladrar, fuerte y al unísono. El sonido era ensordecedor, cada ladrido armonizaba con el siguiente, creando una cacofonía que resonaba por todo el claro.