Se acercó más, tratando de limpiar el barro a lo largo del flanco del perro. Al principio, la superficie cedió con facilidad, desprendiéndose como arcilla húmeda. Lo escarbó con las dos manos, pero cuanto más escarbaba, más rápido volvía a llenarse. El barro estaba vivo y siempre volvía a su lugar de origen. El perro gimoteaba pero no se movía, sus ojos miraban hacia el suelo, no hacia él.
Owen se dio cuenta de que no le tenía miedo, sino a lo que pudiera hacerle el barro movedizo. Lo intentó de nuevo en el otro lado, trabajando más despacio esta vez, con la esperanza de abrir un espacio cerca de sus costillas. En cuestión de segundos, la pequeña zanja que había hecho comenzó a cerrarse, el agua se filtraba a través del suelo blando. Cada intento parecía hacer que la pendiente se asentara más abajo.