Su perro se adentró de repente en el bosque y lo que encontró a continuación le heló la sangre

Los guardas abrieron las mandíbulas de acero y las jaulas, sacando a los aterrorizados alces. La cría blanca yacía inerte pero viva, levantada suavemente por manos enguantadas. El alce adulto, dolorido y sangrante, avanzó cojeando. Sus ojos se posaron en Wade durante un largo e inquietante instante. La gratitud, cruda y tácita, pasó entre ellos.

En cuestión de minutos, los cazadores estaban desarmados, esposados y maldiciendo amargamente por el fracaso de su plan. Les confiscaron el equipo -redes, sedantes, trampas-. Una oficial furiosa hojeó el diario incriminatorio, con una mirada condenatoria. Mientras tanto, Wade acunaba a Milo, sintiendo sólo alivio de que su frenética alarma hubiera traído el rescate.