Una noche, mientras terminaba de cerrar la leonera, Ethan vio que Bella estaba de pie con la nariz pegada al cristal. Al otro lado, Amara, una de las leonas, levantó la cabeza. Durante un instante, las dos criaturas -una salvaje y otra callejera- se miraron fijamente. Después, Amara parpadeó una vez, lenta y deliberadamente, antes de volver a apoyar la cabeza en las patas.
Bella no se movió. Sólo respiraba contra el cristal. Ethan se quedó detrás de ella, atrapado por la tranquilidad del momento. Se dijo a sí mismo que no era nada. Sólo un perro curioso por los olores, sólo una leona disfrutando de la quietud de la hora. Sin embargo, no podía evitar la sensación de que algo había pasado entre ellos, como la chispa que salta cuando dos pedernales se rozan en la oscuridad.
