No parecía el villano de las pesadillas paternas. Parecía respetable, en todo caso. Su forma de comportarse, de abrirle la puerta del coche… era el comportamiento de alguien acostumbrado a aparentar seguridad. Si esto era una pose, ¡era peor!
Esa noche no nos enfrentamos a ella. En lugar de eso, nos sentamos frente a frente en la cocina, con los cuencos de sopa enfriándose entre nosotros y las palabras no dichas arremolinándose como vapor. Cada tintineo de la cuchara era una acusación. Cada silencio gritaba más fuerte que las palabras. La estábamos perdiendo.