Martin perdió los estribos por fin. Su voz retumbó en la casa, haciendo sonar las ventanas. «¡Tienes diecinueve años, no veinticinco ni treinta! No puedes mantenernos a oscuras» Nora se quedó helada, con los puños apretados a los lados. Luego, con súbita furia, replicó: «No necesito tu permiso para vivir mi vida»
Aquella noche lloró en su habitación, y yo me senté ante la puerta, impotente, con el suelo frío bajo mis pies. Cada sollozo me desgarraba, pero cuando le susurraba para que hablara, sólo decía en voz baja: «Si te lo cuento ahora, todo se vendrá abajo»