Martin perdió la paciencia. La siguió una tarde húmeda, quedándose lo suficientemente atrás. Ella no se dio cuenta. En la cafetería cercana a la biblioteca, se sentó con él. Descubrimos que se llamaba Graham. Se inclinaban juntos sobre los papeles, sus cabezas casi tocándose, las voces bajas pero intensas.
Él no la tocaba de forma inapropiada, ni siquiera se acercaba, pero su atención hacia ella era total. La escuchaba con una concentración desconcertante, asintiendo a sus palabras, guiándola con la mano cuando señalaba algo escrito. Para Martin, parecía algo íntimo, respetable en la superficie, pero siniestro en el fondo.