Sonreía afectuosamente, pero parecía ligeramente cansada, como si el peso de la muerte de su hijo la hubiera envejecido más allá de sus años. Sus ojos, antes vibrantes, estaban ahora apagados por la tristeza. «Emily», dijo Margaret suavemente, abrazándola. «Ha pasado demasiado tiempo» «Lo sé, Margaret. Te he echado de menos», respondió Emily, con la voz cargada de emoción.
Entró en la casa y sus ojos recorrieron el espacio que le resultaba familiar. La casa estaba tranquila, demasiado tranquila. La ausencia de Luke persistía como una sombra. «Vamos, siéntate», Margaret señaló hacia la cocina, donde el olor a pan recién horneado llenaba el aire. Pasaron la tarde cocinando juntas, un tranquilo ritual que una vez había formado parte de la vida de Emily con Luke.