Compró biberones y leche de fórmula, temerosa de que la leche de vaca no fuera suficiente. La hora de comer se convirtió en un ritual. Sombra apretaba las mandíbulas y bebía con desesperada ferocidad. Cuando estaba lleno, apoyaba la cabeza en el pliegue del codo de Elise, que le hacía vibrar el brazo con un ruido sordo. Elise le susurraba canciones de cuna, y el afecto suavizaba su malestar.
A las tres semanas, Sombra había duplicado su tamaño. Sus patas se extendían cómicamente sobre las mantas y sus garras brillaban más que alfileres. Elise eligió camisas y camisetas de manga larga para ocultar los arañazos de los repentinos manotazos juguetones. Sus amigos se burlaban de ella por convertirse en «madre gato» Ella les seguía la corriente riéndose, pero nunca les enseñaba el animal.