Mientras el sol se ponía sobre el templo, pintando el cielo en tonos anaranjados y dorados, Tom se quedó a las puertas del templo, con Mimi acurrucada junto a él. El contraste entre la serena belleza del templo y el peligro que había descubierto era sorprendente.
Con la seguridad de Mimi garantizada, el corazón de Tom se hinchó de gratitud y alegría. Se maravilló del cambio que se había producido entre el intenso miedo que había experimentado y el sereno consuelo de reunirse con su querido cachorro.