Pedro había visto bastantes perros callejeros por la zona. Algunos ladraban, otros mendigaban y otros simplemente pasaban de largo. Pero este pequeño cachorro -tranquilo, observador- aparecía continuamente bajo el árbol cercano a su tienda, sin causar nunca problemas. Sólo estaba sentado, con los ojos entrecerrados y las orejas agitadas por cualquier ruido.
Al principio, Pedro no le prestó mucha atención. Estaba ocupado: los alumnos hacían cola desde la mañana hasta la noche, los pedidos volaban, las botellas de ketchup chorreaban, se intercambiaban bromas. Pero Lola se quedó. Día tras día, se tumbaba bajo el árbol, mirando de vez en cuando hacia él, con las costillas apenas visibles bajo su abrigo claro.