Era otra mañana ajetreada en la tienda de Pedro. Estaba atendiendo el pedido de un estudiante cuando vio a Lola caminando hacia él, con su hoja de siempre en la boca. Se detuvo justo fuera de la cola, meneando el rabo, y esperó, como un cliente más.
Pedro rió en voz baja y sus ojos se cruzaron con los de Lola. Ella esperó pacientemente, con los ojos fijos en él y la hoja aún en la boca. A medida que la fila avanzaba, Lola se acercaba, sin apresurarse, como si supiera que tenía que esperar su turno. Pedro terminó con la alumna que tenía delante y sonrió a Lola.