Aunque Pedro nunca había ido a la universidad, tenía una gran sabiduría. Escuchaba los problemas de los estudiantes -ya fueran exámenes, relaciones o un futuro incierto- y les daba los mejores consejos que podía. Su comida era siempre el consuelo, pero su empatía era la razón por la que volvían una y otra vez.
Pedro sabía detectar a los alumnos que necesitaban un poco más de ayuda: los que tenían problemas económicos o emocionales. Sin pensárselo dos veces, les ofrecía una comida gratis o les hacía un descuento, asegurándose de que nadie saliera de su carrito con hambre. Se convirtió en algo más que el propietario de una tienda: se convirtió en el hermano del campus.