Pedro se puso en pie de un salto, con la certeza palpitando en su interior. No se molestó en apagar la luz ni en ordenar una sola silla. En un abrir y cerrar de ojos, cogió las llaves, cerró la tienda y se dirigió hacia el ala oeste del campus, con la respiración acelerada a cada paso.
Sólo había un lugar en el campus donde pudiera haber un árbol como ése: el tranquilo césped detrás de la antigua biblioteca de humanidades. Aquella parte de la universidad había existido durante generaciones, con amplias zonas de césped y árboles maduros a los que ya nadie prestaba demasiada atención.