Fuera de la estación, Pedro permaneció inmóvil durante un largo momento. No podía moverse. Sus emociones -la pena, la esperanza, el cansancio- se le hacían un nudo en el pecho. No había sido Lola, pero eso no significaba que estuviera a salvo. Seguía sin saber dónde estaba. O de si iba a volver.
El encuentro le dejó tan aturdido que no quiso volver a casa. En lugar de eso, volvió directamente a la tienda. La calle estaba vacía, las persianas de las tiendas cercanas cerradas por la noche. Abrió la puerta, dejó las luces apagadas excepto una bombilla y se sentó dentro, solo.