El agente regresó con su teléfono, que buscó durante unos segundos antes de entregárselo. Los ojos de Pedro se posaron en la imagen y exhaló bruscamente. El perro de la foto era blanco y negro, sí, pero era un Boston Terrier. No era Lola.
El corazón se le partió de nuevo al ver la suerte que había corrido el pobre animal, pero bajo ese dolor floreció una sensación de alivio. No había sido ella. Lola aún podía estar ahí fuera. En alguna parte. Herida, perdida, asustada, pero viva. Pedro aferró el teléfono por un momento, susurrando un tembloroso agradecimiento antes de devolvérselo.