El local era pequeño -cuatro mesas y unas cuantas sillas de plástico-, pero siempre estaba lleno de gente. Los estudiantes acudían no sólo por la comida, sino por el ambiente que Pedro había creado a lo largo de los años. Era más que una comida rápida: era un refugio, un lugar donde podían ser ellos mismos y sentirse vistos.
Pedro trabajaba incansablemente detrás del mostrador, siempre dispuesto con una sonrisa, un chiste rápido y una oreja para los estudiantes. Nunca había ido a la universidad, pero eso no le impedía ser un mentor. No acudían a él sólo en busca de perritos calientes, sino de los consejos que sólo alguien como él podía ofrecer.