Un perro callejero deja caer una hoja en la tienda todas las mañanas – Un día, el dueño de la tienda lo sigue

El resto del día pasó arrastrándose. Pedro sonreía cuando se acercaban los clientes, pero no le llegaba a los ojos. Sus movimientos detrás del carro eran tan precisos como siempre, pero más lentos, más apagados. Sin darse cuenta, sus bromas habituales habían desaparecido. Incluso su ayudante hablaba más bajo que de costumbre.

Algunos alumnos habían dejado de venir, los que antes se desviaban sólo para ver a Lola, los que se quedaban con ella bajo el árbol mientras comían. Su ausencia había dejado un vacío no sólo en la vida de Pedro, sino en el alma de la propia tienda. El bullicio había disminuido, sustituido por una silenciosa nostalgia.