A media mañana, la preocupación se apoderó de su pecho. Los malos pensamientos, de esos que se esforzaba por alejar, no dejaban de asaltarle: ¿Y si estaba herida? ¿Y si se había ido? Sus manos se movían en piloto automático en la tienda, pero su mente estaba muy lejos, hilando escenarios que no podía soportar.
Su teléfono zumbaba constantemente, pero ninguno de los mensajes le aliviaba. Alumnos, amigos e incluso un par de profesores le enviaron notas de consuelo: «Ya aparecerá», «Los perros son resistentes», «No te rindas» Pedro agradeció la amabilidad, pero nada de eso alivió el dolor de no saber. A las once, volvió a mirar por la carretera. Nada.