Cada vez, paraba, salía y comprobaba. Una vez fue un terrier. En otra ocasión, sólo una sombra cerca de los contenedores. Comprobó los callejones y se asomó detrás de los contenedores, buscando el destello de un collar morado, uno que su mujer había cosido a mano con mucho cariño. Pero no había nada. No estaba Lola.
Desanimado, volvió a casa tarde, sin apenas hablar. Antes de acostarse, juntó las palmas de las manos y rezó en voz baja. Esperaba que estuviera abrigada, en algún lugar seguro, no herida ni sola. Más que nada, deseaba levantarse mañana a las once y verla trotando por la carretera, con una hoja en la boca.