Un perro callejero deja caer una hoja en la tienda todas las mañanas – Un día, el dueño de la tienda lo sigue

Sus días empezaron a seguir un ritmo tácito. Pedro ya no miraba el reloj. Se limitaba a esperar el suave golpeteo de las patas y el destello verde de la boca de Lola. Como un reloj, ella llegaba todos los días a las 11 de la mañana, ni un minuto antes ni un minuto después. Hasta que un día no lo hizo.

Había sido una mañana especialmente ajetreada. Los pedidos volaban y Pedro trabajaba sin pausa, secándose el sudor de la frente mientras la multitud crecía. No fue hasta que repartió el último plato y se apoyó en el carrito para tomarse un respiro que comprobó su teléfono. 11:36 a.m. No está Lola.