Un perro callejero deja caer una hoja en la tienda todas las mañanas – Un día, el dueño de la tienda lo sigue

Aquel momento marcó el comienzo de algo especial. Desde entonces, todas las mañanas, a las 11 en punto, Lola aparecía con una hoja fresca en la boca. Esperaba en fila, con la hoja en la mano como si fuera dinero, y la cambiaba por una salchicha antes de volver al árbol para comer y dormir la siesta.

Se convirtió en un ritual. Los estudiantes empezaron a programar su hora de almuerzo para presenciarlo. Algunos incluso traían hojas de más, por si acaso se le olvidaba. Pero Lola nunca lo hacía. Sus pasos eran firmes, su rutina precisa. Pedro sonreía cada vez, aceptando la hoja como un símbolo sagrado, en honor a su pacto tácito.