A los seis meses de vivir en la casa, las rarezas se intensificaron. Los objetos que nunca tocaba aparecían en el lugar equivocado. Las puertas de los armarios que nunca había abierto estaban entreabiertas. Un leve crujido en el pasillo cuando estaba segura de que estaba sola. Cada suceso iba minando su certeza.
Empezó a documentarlo todo. Llevaba un cuaderno en el bolso. Anotaba lo que cerraba con llave, lo que apagaba, lo que tocaba. En los cartones de leche y las cajas de cereales, marcaba los niveles con Sharpie. Pero incluso con todo esto, volvía a casa con las cosas movidas. Su comida en cajas, siempre ligeramente agotada.