Los tres caminaron juntos, con la tensión creciendo a cada paso. Rose se detuvo al borde del jardín. Los arbustos de margaritas tenían el mismo aspecto que antes: aplastados, rotos, intactos desde el día anterior. Nada en la escena gritaba peligro. Sin embargo, cada nervio de su cuerpo se tensó.
La pareja se quedó detrás de ella mientras se arrodillaba junto a los setos, inspeccionando la zona lentamente. Al principio, todo parecía normal. Pero entonces alargó la mano y tiró suavemente de una parte de la espesa vegetación, que se desprendió por completo. Sus ojos se abrieron de par en par. No eran plantas de verdad.