Una mujer descubre un búnker secreto en su patio trasero y lo que encontró dentro la estremeció

Se incorporó, con el corazón acelerado. Sonaba como metal contra metal, arrastrado lentamente. No se movió. No respiró. Se aferró a la manta y rezó para que hubiera sido un sueño. Pero minutos después, se oyó otro sonido: el gemido sordo y doloroso de las tablas del suelo al moverse por el peso.

Procedía del pasillo. Se quedó paralizada. Ni siquiera se atrevió a parpadear. No había pasos. Sólo el crujido. Luego, silencio otra vez. Nada más que su pulso retumbando en sus oídos. Sus dedos se aferraron a los bordes de la manta hasta que sus nudillos se volvieron blancos. No se levantó. No podía levantarse.