De mala gana, Diane se levantó y miró a su madre. Carol forzó una sonrisa, aunque tenía la garganta seca. Cuando la puerta se cerró tras ella, el despacho se redujo en un instante, dejando a Carol y a la directora cara a cara, con los años que no se habían dicho presionando como una tormenta a punto de estallar.
La directora se inclinó ligeramente hacia atrás, sin apartar los ojos de Carol. «Ha pasado mucho tiempo», dijo. Las palabras eran tranquilas, pero tenían peso: años de silencio, de memoria, de heridas que nunca habían cicatrizado. El pulso de Carol rugía en sus oídos, cada latido era un recordatorio de reconocimiento.
