Carol se decía a menudo que los problemas empezaron el día en que John, el padre de Diane, se marchó. Era como si el silencio que había dejado se hubiera filtrado en su casa y hubiera transformado la risa de su hija en rebeldía. Un solo progenitor podía pagar las facturas, sí, pero ¿podía un solo progenitor sostener una tormenta?
Como único sostén de la familia, Carol había pasado las noches abasteciendo estanterías, las mañanas en una oficina y las tardes haciendo malabarismos para hacer recados. En el espacio intermedio, Diane se volvía más salvaje: sus travesuras se agudizaban y su paciencia se agotaba. Carol se culpaba por cada expulsión. Demasiada poca atención y demasiadas disculpas dichas con ojos cansados.