La nueva esposa de Calvin había perdido a su propia hija pocos años antes. Ashley lo sabía a grandes rasgos, de la forma en que a veces llevamos los hechos sin contexto. El dolor rondaba a Rowena como algo tácito, presente pero sellado, que sólo se reconocía a través del silencio y la contención.
La hija de Rowena tenía veintitrés años cuando murió. Un accidente, decían todos. Nunca se ofrecieron detalles, y Ashley nunca preguntó. Le parecía inapropiado, casi intrusivo, insistir en obtener respuestas. La ausencia de explicaciones se convirtió en una especie de límite que todos respetaban en silencio.
