Tenía el corazón en un puño. No podía moverse, pero no sabía si debía quedarse o huir. Y entonces, sin previo aviso, el oso se giró, no hacia otro lado sino hacia el interior, abriéndose paso hacia las dunas. Tessa exhaló temblorosamente, con el alivio mezclado con la confusión.
¿Se estaba marchando? ¿Se trataba de un truco? Sus instintos le pedían a gritos que volviera corriendo a la cabaña, cerrara la puerta y no volviera la vista atrás. Pero algo tiraba de ella, un hilo invisible que la empujaba hacia delante. El oso no atacó. La estaba invitando a seguirlo.