Al caer la tarde, el misterio ya había desaparecido de sus mentes. La vida les ofrecía demasiadas cosas reales en las que centrarse: trabajos, amigos, rutinas y sueños. El bulto no era más que un paisaje de fondo, un detalle extraño engullido por la comodidad de construir una vida juntos.
Los años transcurrieron en un reconfortante desenfoque. Organizaban barbacoas bajo las luces, su perro perseguía ardillas con digna determinación y Marie cuidaba los parterres que florecían en estallidos de color. Walter se acostumbró a unas rutinas que parecían la prueba de una vida que por fin se desarrollaba correctamente.
