Al amanecer, regresó con renovada determinación. El jardín se extendía ante él como un campo de batalla. Midió los pasos con cuidado, realineando su mapa. El nuevo punto cayó cerca de un reloj de sol roto, semienterrado entre la maleza. Andrew clavó la pala en el suelo, con la esperanza y el miedo chocando en cada movimiento.
Una vez más, la tierra se resistió. Pasaron horas sin que brillara el metal ni crujiera la madera. Andrew maldijo, con el sudor goteándole en los ojos. Temía haber calculado mal una vez más. Sin embargo, a pesar del cansancio, algo en su interior le susurraba: sigue cavando. El jardín aún tenía secretos y Henry quería encontrarlos.