Dos chicas dejan al camarero una propina de 9,11 dólares; él mira el pedido y comprende la situación

Relojes caros, gafas de sol llamativas apoyadas en la cabeza, el aire inconfundible de la gente acostumbrada a ser servida. A Andrew se le aceleró el corazón. Un grupo tan grande significaba un buen cheque. Tal vez esta era la mesa que podía compensar el resto del día. O de la semana.

Se puso en modo servicio: saludos cordiales, bromas amistosas, servilletas extra sin que se las pidieran, rellenado de bebidas en el momento oportuno. Incluso se acordó de quién quería el aliño aparte. Se aseguró de que todo saliera a la perfección, marcando el ritmo de sus pasos para que todo pareciera fácil.