Andrew apenas la oyó. Tenía los ojos clavados en el todoterreno cuando aminoró la marcha y se detuvo en el solar agrietado de un motel de carretera destartalado. El letrero de neón zumbaba en lo alto: Silver Pines Inn. El vehículo entró en el espacio más alejado, parcialmente oculto de la carretera por un seto cubierto de maleza.
El motor se paró. Nadie salió. Andrew aparcó a media manzana, al otro lado de la calle. El corazón le retumbó en el pecho. «Se han parado», susurró. «Motel. Lote del lado de la habitación. Están… ahí sentados»