Dos chicas dejan al camarero una propina de 9,11 dólares; él mira el pedido y comprende la situación

No era la peor propina que había recibido, ni mucho menos, pero hoy le había dolido más. Quizá porque ya estaba al límite. Tal vez porque se le acababa el tiempo. Echó los billetes en el tarro de las propinas sin ceremonias y se dio la vuelta.

El timbre de la puerta de la cafetería volvió a sonar y Andrew se giró instintivamente para saludar al siguiente cliente. Primero vio a un hombre. Era alto, de unos treinta años, de rasgos afilados y llevaba una cazadora verde oscuro. Detrás de él, le seguían dos chicas adolescentes, silenciosas, muy juntas, con pasos firmes e inseguros.