Las ruedas tocaron tierra en Nueva York, y Justin apenas registró el aterrizaje. Su mente iba a mil por hora. De todas sus chicas, Lila parecía la más amable, el tipo que escucha. Una enfermera, empática, constante. Si alguien podía darle una oportunidad, Justin esperaba que fuera la hija que curaba a los demás.
Se dirigió al hospital donde trabajaba Lila con las palmas de las manos sudorosas y el estómago revuelto. En el hospital, Justin no mencionó quién era. Sólo que era un viejo amigo que quería hablar con Lila Wilson. La recepcionista asintió y le pidió que esperara. Justin se sentó, agarrado a su abrigo, tratando de calmar el ritmo en su pecho que se sentía demasiado fuerte, demasiado rápido.